4 dic 2009

El pseudo-izquierdismo



Desde hace algunos años el espectro político nacional se ha modificado radicalmente. Después de la derrota del PRI como partido hegemónico y la posible apertura de la democracia, se fracturó el ambigüismo político que el priísmo sostuvo en lo ideológico. La consecuencia de esto fue que por primera vez en la historia política reciente aparecieron en el escenario nacional las dos principales fuerzas antagónicas que bajo el yugo del PRI estuvieron siempre en las sombras: la izquierda y la derecha. Nunca como antes –y quizá con la misma fuerza que en los tiempos del reformismo- habíamos asistido a un claro embate entre dos proyectos políticos radicalmente distintos que buscan asentar su poder y su presencia. Y esto fue más obvio después de las pasadas elecciones presidenciales, en donde el país se dividió entre izquierdistas y derechistas.

La derecha en el poder ha tendido a incrementar su fuerza y a cumplir sus proyectos políticos a veces con la comparsa del PRI y aprovechándose de las debilidades de la izquierda. Para muchos analistas políticos es claro que la izquierda se encuentra en una terrible crisis, el divisionismo y sectarismo al interior de la misma izquierda ha erosionado cualquier intento de construir un proyecto político viable de gran envergadura que pueda contrarrestar el avance de la derecha. Sin embargo, más allá de los problemas internos del izquierdismo –que son bastante obvios- el problema neurálgico de la crisis de la izquierda nacional –y posiblemente, también, de la internacional- se encuentre en la característica esencial que define y da sentido a la izquierda como tal.

Históricamente la izquierda nace como un proyecto de masas que intenta utilizar el poder político para beneficiar al conjunto de la sociedad, principalmente al sector de los trabajadores y los pobres, o en su acepción clásica, al proletariado. La derecha, por el contrario, siempre ha estado ligada con los grupos de poder, beneficia a los detentores del orden económico y tiende a expandir sus beneficios y privilegios a costa del resto de la sociedad. Así, la derecha vela por la plutocracia o la clase de los ricos. Desde sus orígenes, la izquierda se ha nutrido de los movimientos sociales, lo cual implica la participación política de sus adherentes. Mientras que la derecha no necesita que sus simpatizantes realicen activismo político, la izquierda sí.

Esto es así porque la derecha al ligarse con los intereses de la plutocracia cuenta con recursos económicos suficientes para llevar a cabo sus proyectos. Periódicos, radio, televisión, propaganda masiva, intelectuales orgánicos, grupos paramilitares, sobornos, son las estrategias que ocupa el derechismo para mantenerse en el poder.

La izquierda en toda su historia nunca ha contado con recursos equiparables a los de la derecha para solventar su proyecto político, por eso siempre ha tendido a apoyarse en el movimiento de masas y en el activismo de sus seguidores. Y cuando hablo de activismo político me refiero a la lucha política directa que se da en las calles, en las manifestaciones, en la creación de comités, en las huelgas, el volanteo, la resistencia civil, y en última instancia, en la revolución.

El activismo político subsana las carencias que caracterizan al izquierdismo. De ese modo a la manipulación de los medios coludidos con el derechismo, el izquierdismo opone el debate público y callejero, la información y concientización de las masas en su relación directa, sea en el camión, la calle, la fábrica, la escuela, etc. A la utilización de la fuerza policiaca o militar opone la resistencia civil, los mítines, las huelgas. La razón de ser de la izquierda, su esencia y vigor está por ello inevitablemente conectado con la lucha social directa.

No es extraño, por ello, que la derecha, tras décadas de enfrentamiento con la izquierda sin poderla vencer del todo, haya optado por atraerla hacia el único lado en donde la puede tener controlada y restarle su fuerza: el partidismo. Esto sin menoscabar todas las luchas que enfrentó la izquierda para su reconocimiento en el espacio político. Sin embargo, cuando la izquierda dejó de estar proscrita y perseguida y se organizó en partido político, estaba rompiendo con el elemento primordial que le insuflaba vida: las masas. Al entrar en el orden democrático-legal, la izquierda ya no podía recurrir a la lucha callejera, al activismo político directo. Con su nuevo status, el partido de izquierda reconocía que ahora la lucha por llevar a cabo su proyecto político ya no estaba en las calles, sin en las cámaras, en los acuerdos y consensos del juego político. Muy tarde habría de reconocer el izquierdismo que las simples reformas no bastaban, o que el acceso al poder sólo podía introducir ciertas mejoras en los trabajadores en tanto no afectaran sensiblemente los intereses de la plutocracia. El surgimiento de las dictaduras en Latinoamérica y los fracasos y pérdida de popularidad de los partidos comunistas y socialistas en Europa son el más claro ejemplo de ello.

¿Qué efectos tuvo todo esto en el izquierdismo en general? En primer lugar, la izquierda deja de lado a la base que la sostenía. El reformismo al que se inscribió la izquierda, al estar desgajada de los movimientos sociales, devino pronto en lucha de interés entre facciones al interior de los partidos. En lugar de un movimiento general de masas, la izquierda se fracturó en movimientos de masa clientelares: cada fracción se apoya en un grupo-masa, y no necesariamente los intereses de ese grupo-masa se empatan con los de otro grupo-masa. En segundo lugar, estos mismos grupos-masas utilizan su fuerza para venderse a la fracción que más pueda aportarles beneficios. Es un clientelismo circular. La homogeneidad de la lucha social, el interés y la solidaridad común se pierden y en su lugar adviene un simple utilitarismo de las estructuras del partido de izquierda para alcanzar beneficios particulares o grupusculares.

Lo anterior conlleva necesariamente al debilitamiento de la izquierda, puesto que los beneficios que puedan obtener las fracciones y sus grupos-masas están en relación con los logros electorales que puedan conseguir. La izquierda, a diferencia del PRI y del PAN no cuenta con una presencia política amplia, y esto fue muy claro en las recientes elecciones intermedias, en donde la presencia nacional de la izquierda disminuyó respecto a las elecciones presidenciales. No se necesita mucha ciencia para darse cuenta que si la izquierda pierde fuerza, sus grupos-masa la abandonan para irse con el mejor postor. En el Estado de México, Peña Nieto utilizó esa debilidad de los gobiernos de izquierda para poder satisfacer a sus grupos-masa, y utilizó vastos recursos económicos para atraerlos hacía su redil.

La tercera consecuencia negativa se encuentra con la percepción misma de la izquierda. Al enfrentarse directamente las fracciones evidencian ante la opinión pública una falta de programa, objetivos y coherencia. Los pleitos entre las fracciones son utilizados por los medios de comunicación coludidos con la derecha para rebajar la imagen del izquierdismo, lo cual hace que aquellos que de alguna u otra forma simpatizan con la izquierda empiecen a rechazarla y buscar otras opciones políticas. Más allá del apoyo mediático, ¿no es casualidad que mientras se debilita la izquierda crecen los partidos oportunistas como el Verde ecologista?

La cuarta consecuencia se relaciona con la llamada cultura de izquierda. La izquierda en sus orígenes y en sus luchas más importantes fue siempre organizadora y comparsa de movimientos sociales amplios. Esto daba como resultado que aquel que se declaraba de izquierda o simpatizante de la izquierda asumía el compromiso y el activismo político como cosa evidente. Durante sus años de gloria, los izquierdistas no se cuestionaban si debían comprometerse y participar activamente en los movimientos sociales, al contrario, lo veían como una necesidad. Era entendible que ante el embate y el poderío económico de la derecha la única vía posible de lucha eran los movimientos políticos de masas. La práctica política implicaba por ello una cultura de la izquierda, pues los movimientos populares se nutrían de la lucha política directa, la lucha económica y la lucha ideológica. No bastaba con asistir al mitin, reforzar la huelga o repartir el volante. Los izquierdistas también discutían, creaban e innovaban modos de vida distintos a los del poder dominante. La cultura con letras mayores era parte esencial del izquierdismo. La cultura de izquierda implicaba nuevas formas de hacer cultura, un alto grado de conciencia política que se fundamentaba en la lectura y el debate de textos críticos y políticos.

Cuando el izquierdismo entra en la escena democrático-legal y se ve obliga a prescindir de los movimientos populares, el nuevo izquierdista que se va formando ya no ve la lucha política directa como una necesidad. Basta votar por el partido y que luego éste haga su trabajo en las cámaras. El nuevo izquierdismo no conoció ni se involucró con los movimientos sociales que antecedieron al partido político. Para los nuevos izquierdistas –que de aquí en adelante llamaré pseudo-izquierdistas-, la izquierda era un partido político más cuyo programa podría interesar en la medida que reflejara los gustos o intereses. El izquierdismo se vuelve así una etiqueta. Y esto también fue culpa de la izquierda misma devenida en partido, pues al desligarse de las masas abandonó el cuidado de la concientización política que fructificaba en la lucha popular.

El pseudo-izquierdista, a diferencia del antiguo izquierdista, ya no se compromete políticamente, no ve ninguna necesidad en la organización popular ni en la lucha política directa. Mientras el izquierdista antiguo a veces resultaba golpeado, apresado o perseguido, y tenía cuidado en declarase comunista o socialista. El nuevo pseudo-izquierdista con toda comodidad puede fácilmente decir que es de izquierda y retirarse tranquilamente a su casa beber Coca-Cola mientras sintoniza algún programa de moda.

El antiguo izquierdista leía a los clásicos del socialismo, el anarquismo, las teorías críticas; escuchaba música latinoamericana o de protesta; leía los clásicos occidentales y latinoamericanos; se interesaba por el arte “revolucionario”. Hoy es totalmente difícil que algún pseudo-izquierdista conozca la doctrina de Lenin, los planteamientos teóricos de Sartre, André Gorz o Marcuse. ¿Sabrán quién fue Vicente Lombardo Toledano, Valentín Campa, Heberto Castillo, José Revueltas? Orgulloso de sí mismo el pseudo-izquierdista es un férreo defensor del anti-intelectualismo, pues las lecturas políticas son para él prescindibles y si quiere “analizar” la política basta –siguiendo la moda posmoderna- con dar sus opiniones y puntos de vista que considera argumentos irrefutables sin ningún sustento teórico. En lo comunicativo, el pseudo-izquierdista tiene su representación en los “comentaristas” del programa de Tercer Grado de Televisa, en lo político sus representantes son los llamados chuchos, quienes vilipendian y critican cualquier movimiento social que surja y se organice fuera del partidismo.

El pseudo-izquierdista es consumista de programas norteamericanos, de video-juegos, de literatura de vampiros y detectives o de los clásicos posmodernos como “El código da Vinci”. Escucha música alternativa, practica el vegetarismo y usa el internet para quejarse de la política y del maltrato a los animales. En lugar de los mítines y las reuniones políticas, está a la caza del los conciertos de los grupos de moda. En términos generales, el pseudo-izquierdista vive la cultura del ocio y el consumo y su referente cultural inmediato es toda la cultura pop de EUA. Con esto no estoy dando a entender que debamos volver a escuchar a Silvio Rodríguez, Víctor Jara o Alí Primera –aunque en otro sentido sería bueno que se retomaran- sino dejar claro que la izquierda también lucha por una cultura alternativa, diferente, que rompa la cultura hegemónica sustentada en el ocio y el consumismo. Los mismos procesos sociales van creando nuevas forma de cultura. El boom de la novela latinoamericana no se entiende sin sus referentes políticos. La izquierda también está en crisis porque no está ofreciendo una cultura que sea de izquierda, esto es, opuesta a los valores y gustos estéticos promovidos por los grandes medios de comunicación.

Para el pseudo-izquierdista los movimientos sociales que de repente brotan en el país, en lugar de conmover y de suscitar el apoyo, causan hilaridad. Se vuelven objeto de la mofa y el sarcasmo en foros virtuales. Se desacraliza a los líderes sociales y se le llama loco –o mesías- a quien no sigue el juego de la lucha democrático-legal. El pseudo-izquierdista lanza críticas contra la izquierda, pero no hace nada para crear una izquierda alternativa. Sin formación en la lucha política, cree firmemente que basta con satanizar, ironizar y enjuiciar para que una nueva izquierda surja como por generación espontánea. Esos mismos pseudo-izquierdista son los que indignados contra la izquierda, promovieron y votaron en blanco, pues acostumbrados a la inacción política consideran que con un simple anulación los políticos van a tomar conciencia y a recomponer las cosas. El hartazgo político logra su catarsis en anular una boleta.

El marasmo de la izquierda nacional está estrechamente relacionado con el hijo que formó: el pseudo-izquierdista. Ese izquierdista de nombre y etiqueta que para nada le importa la política, y cuando lo hace es para amenizar las charlas de bar y café. Con esa base de apoyo, se puede entender por qué la izquierda está en crisis y lo más probable es que desaparecerá del mapa político.

Pero también hay esperanzas, porque si bien la izquierda está en crisis no es menos cierto que la crisis sólo afecta al izquierdismo faccioso y partidista. Afortunadamente, al lado de esta debacle, se ha conformado un verdadero movimiento de izquierda que retorna a su esencia y orígenes: la lucha popular y política directa, el activismo político y la organización de masas. El izquierdismo de partido y del juego democrático-legal está por fenecer, y junto con él sus hijos bastardos: los pseudo-izquierdistas. Ya hay en la calle quien discute y hace resistencia civil, quien se opone y lucha abiertamente por mejorar a los que menos tienen. Dejando las mofas y los sarcasmos, el pseudo-izquierdista bien podría retirarse a seguir viendo sus programas de TV, a ensimismarse con sus audífonos estéreo y sus novelas de brujos o conspiraciones. En la calle otros hacen la historia.

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