0

Evo en México


Pronto México se liberará.
Evo Morales

La reciente visita de Evo Morales a México resulta una gran oportunidad para sopesar los avances de los variados movimientos de resistencia que existen en el país (zapatistas, amloístas, APPO, SME, etc) y las estrategias políticas que la izquierda ha venido desarrollando en los últimos años. Un movimiento emanado desde las bases populares y que logró articular un eficiente y sólido movimiento de masas que llevó a la presidencia a Evo es un modelo idóneo desde el cual reflejarnos y llevar a cabo los pertinentes ajustes y críticas. El mismo Evo en su discurso hizo un señalamiento importante que la izquierda mexicana debe de tomar en cuenta y reflexionar en toda su profundidad: “pasar de la resistencia a la toma del poder”. La toma del poder político es siempre el pináculo de cualquier movimiento revolucionario o popular. La toma del poder no necesariamente implican las armas, la historia ha mostrado que cuando existe un bloque común y fuerte que logre conjuntar los deseos y exigencias de amplios sectores sociales el poder puede arrebatarse por medios no violentos.

En el caso de la izquierda mexicana ésta se ha estancado en dos formas de práctica política que no han podido entrecruzarse y permanecen a veces, incluso, como antagónicas entre sí. Por un lado existe un amplio movimiento de resistencia desde diversos sectores del sindicalismo, organizaciones sociales y el encabezado por AMLO. Estos movimientos se encuentran fuera del ámbito institucional-formal y por ello su supervivencia es el resultado de su capacidad para poder innovar formas de protesta que logren contener las iniciativas del gobierno calderonista, su punto fuerte es la relación directa con las masas, el pueblo, los ciudadanos. Sus canales de comunicación están orientados en atraer y agrupar contingentes de masas que puedan darle un peso político a sus movimientos. Precisamente a partir de los cómos de estos canales y de las formas novedosas de logar una empatía con las bases populares es que depende que sigan creciendo o muriendo en la inopia social.

El otro extremo lo constituyen los partidos autonombrados así mismos como de izquierda. En éstos, sus causes son los institucionales y a través de ellos apuntan a delimitar o reformar aquellas leyes contrarias a una democratización y participación igualitaria de la sociedad en su conjunto. Sin embargo, desligada de los movimientos populares, esta izquierda se queda anquilosada en el mero formalismo jurídico-político. Se reduce a ser pura forma sin contenido. Esta debilidad de la izquierda institucional es lo que provoca que fracciones en su interior puedan negociar acuerdos que vayan en contra de sus mismos postulados partidarios. No existe un contrapeso popular que oriente lo político en miras de un mayor igualitarismo.

Cuando Evo destaca que es hora de pasar de la resistencia a la toma de poder está planteando que esos dos movimientos hasta ahora antagónicos y que se han venido estorbando el uno al otro, logren imbricarse para que puedan concretar una plataforma política lista para disputar el poder. En términos claros: las masas que insuflan vida a los movimientos resistentes debe dárselo ahora a los partidos, y éstos deben de servir de medios para hacer llegar hasta el poder las demandas ciudadanas. Es claro que esto no es nada fácil. La izquierda institucionalizada se encuentra en sí misma dividida y en pugnas de poder entre sus diversas fracciones. Los movimientos de resistencia aunque a veces coinciden en los principios tampoco han podido congregarse en un plan común. Cada uno hace su lucha separado del otro. Los llamamientos del SME a un paro nacional son por ellos adecuados porque al nivel de la práctica política podría ser el inicio de la conformación de esa unidad que se requiere. Si eso se logra, la participación de los partidos resultaría impactada, pues serían rebasados por amplios movimientos de masas quienes, a fin de cuentas, son los que van a proponer los fines políticos.

Es de desearse que tanto los partidos como los movimientos de resistencia vayan juntos hacia una plataforma política unificada, un verdadero proyecto de izquierda con un programa que tienda al igualitarismo de la sociedad y la democratización de las instituciones. Sin embargo, las peculiaridades propias de nuestro espacio político hacen ver que si bien hay puntos de encuentro (el movimiento de AMLO con ciertos sectores del PRD, el PT y Convergencia) estos no son lo sufrientemente amplios ni sólidos. Las votaciones del 2006 pusieron en evidencia que además del fraude electoral hubo un gran error de organización en el cuidado de la candidatura de AMLO. Si los diversos partidos que encabezaron y promovieron la candidatura de AMLO se hubieran preocupado por formar un gran movimiento ciudadano a la par, el fraude podría haberse contenido. La respuesta multitudinaria de la gente volcada a favor del movimiento de resistencia civil pacifica tras el fraude, muestra que ya existían amplios sectores concientizados y politizados que no fueron aprovechados. Estos errores tácticos ya han sido señalados por otras voces y no se han reflexionado en su justeza. Ahora, parece ser que después de tres años de resistencia esa organización existe, la tarea consiste entonces en vincularlo con las organizaciones formales. En ese sentido hay que interpretar las palabras de Evo de pasar de la mera resistencia a la toma del poder.

Evo logró unidad porque su discurso político encontró eco en la mayoría del pueblo boliviano. El crear el discurso simbólico que represente el sentir, la preocupación y el interés de la gente es un proceso que surge desde la inmediata interrelación con la gente. Calderón y sus protectores han creado un consenso fetichizado, simplemente fantasmático que tiende a erosionarse con los hechos de la realidad. En su momento ellos supieron interpretar el sentir general utilizándolo en contra de la izquierda. La deslegitimización con la que inició el gobierno de Calderón dejó de ser una simple denuncia para tornarse algo completamente real. Fuera de las pantallas televisivas, los discursos del gobierno no convencen, ya no cran cohesión ni consentimiento. Desde ahí la izquierda debe aprovechar ese “hueco ideológico” para sembrar sus propios programas y principios. Las alianzas no deben ser con las mismas clases políticas coaligadas con oscuros intereses ajenos a los ciudadanos. Sería un craso error que la izquierda volviera a darle la espalda a las masas. Con quien debe pactar la izquierda y hacer alianzas para sacar candidaturas viables y legitimadas es con todos los movimientos sociales, populares y ciudadanos que ya existen en el país. Falta aún mucho por hacer y la construcción de una unidad de izquierda parece complicada, pero para logarlo debemos ser claros que la verdadera liberalización del país comenzará cuando la política se deje contaminar por la voz de sus representados: el gobernar obedeciendo.

.

0

Zona de miedo (The Hurt Locker)


La guerra, nos dicen, es la actividad más atroz creada por el hombre. Sin embargo, para otros la guerra representa el modus vivendi que hace posible darle un sentido a su precaria existencia. Cuando en un mundo convulsionado por los intereses económicos y geopolíticos la guerra termina por instalarse en lo cotidiano, no sorprende que ese excepcional modo de ser del hombre termine volviéndose esencial para algunos. Esa es la premisa básica de Zona de miedo de la directora Kathryn Bigelow.

En el convulsionado Irak un grupo especializado en la desactivación de explosivos sirve como marco para explorar las difíciles tensiones entre el país ocupado y los invasores. El día a día de estos soldados quienes en cada misión son conscientes de que puede ser la última, revela un atmósfera carga de hartazgo y desamparo. La directora deja que las acciones de los soldados muestren por sí mismos el duro y asfixiante escenario de la guerra en donde ambos bandos se sientes extraños y al mismo tiempo sometidos al permanente escrutinio y vigilancia entre ellos. En el comando también se hace patentes las fricciones y los decaimientos personales. El soldado James (Jeremy Renner) hace de las misiones un campo de diversiones que llega a poner en peligro la vida de sus compañeros. Su excesivo afán de protagonismo y adicción a la adrenalina hace que sus acompañantes, el sargento Sanborn y el especialista Eldridge, lleguen a cuestionarse el valor de esta absurda guerra y la importancia de sus vidas.

Con fuertes dosis de suspenso y escenas intimistas en las que vemos el auto cuestionamiento de los protagonistas, Zona de miedo no deja de ser, sin embargo, una simple puesta en escena de un momento más de la guerra en Irak. Las convincentes actuaciones y el tono realista de la película no evitan presentar a los iraquíes como simple decorado pasivo de la presencia estadounidense. No hay un cuestionamiento de los factores de la guerra ni se percibe el punto de vista de los ocupados. Hay, eso sí, el cliché de los terroristas malos malos que son capaces, incluso, de usar cuerpos de niños o de gente común para utilizarlos como bombas humanas. Y of course, el soldado americano-buen-samaritano que está dispuesto a arriesgar su vida para evitarlo.

Con todo, la película vale la pena por mostrar la forma en que las relaciones humanas básicas son trastocadas en una situación límite. Aunque esto sólo es perceptible desde el punto de vista del comando americano, porque las interrelaciones entre americanos-iraquíes, sus entrecruces y choques no aparecen. Una película que podemos decir bien hecha, bien dirigida y medianamente buena en cuanto a la propuesta. El trabajo de Kathryn Bigelow se queda en un autoanálisis muy reservado del impacto del conflicto bélico entre los soldados americanos. Más que denuncia o crítica se resuelve en un llamado de atención. No alcanza los niveles de cuestionamiento de otras películas del mismo estilo. En ese sentido, la película habla más al gringo promedio que puede cuestionarse el valor de ir a una guerra que no promete nada, o quedarse en casa a cuidar los hijos y hacer las compras en el supermercado.

La película tienes 9 nominaciones al Oscar, entre ellas la de mejor dirección, mejor película y mejor actor para Jeremy Renner. Veamos qué suerte le depara en la entrega, por lo menos cumple con el mínimo de drama que la sociedad americana siempre está dispuesta a soportar.
.

0

Alianzas: ni contradicciones ni aberraciones


En el ambiguo juego de las acciones políticas sin sustancia, forma o sentido, resulta de especial interés el tema de las alianzas electorales que en estos días ha desatado tanto invectivas como aprobaciones. Los defensores de éstas acuden al relamido argumento de que constituyen opciones de oposición política ante instancias de poder autoritarias y contrarias a la democracia. Los detractores y críticos, si bien tiene el buen tino de señalar la contradicción o “aberración” de dichos pactos, parten del principio equívoco de considerar que esas fuerzas políticas aún tienen una base ideológica sólida y buen fundada. Una contradicción sólo es posible entre dos principios antagónicos, y éstos se presentan así porque constituyen modelos o estructuras cerradas que impide que su contrario la penetre. Cuando esos modelos no tienen totalmente definido su contenido o se ha perdido su sentido que le dé esa fuerza, es imposible hablar de una contradicción. Y apelar al más huero pragmatismo para justificar lo que es solamente un arreglo político entre facciones del mismo poder, sólo es una vana estrategia para querer ocultar lo que se muestra de sobra. Una aberración, en cambio, es un fenómeno que aparece en donde existe un órden o normalidad fijadas. Lo aberrante se salí así de la norma o lo que es.

Las alianzas entre el PAN y el PRD, y en menor medida entre éstos y el PT y convergencia, no son por ellos ni contradictorias ni “aberrantes”, son el simple resultado de los estrechos vínculos de corrupción y prebendas que comparte la política nacional como un todo. Un grupo homogéneo puede contar con fracciones contradictorias en su interior, las cuales mantienen una unidad en tanto la totalidad logre satisfacer los intereses de todas. Cuando esto no se cumple los intereses particulares saltan por encima de la frágil homogeneidad y pone en crisis a la misma. Cuando las distintas fracciones o “tribus” del PRD entraron en pugna por el control del poder del partido, y de esa manera asegurar espacio de acción que les posibiliten beneficios, solamente mostraron que la precaria unidad de los principios ideológicos resultaban insuficientes para mantener la unidad. Entonces cada grupo entra en franco oposición con otra que pueda restarles fuerza y en el fragor de los encuentros, se alían con otras en base a acuerdos de cuotas de poder.

El mismo ejemplo del PRD podemos aplicarlo a la política nacional como un todo. Se necesita ser muy ingenuo para pensar que contamos con partidos políticos, y no más bien con sucursales, variopintas y coloridas, del mismo ejercicio del poder que sólo busca perpetuarse beneficiando a cúpulas, empresarios y políticos que conforman esta casta auto-dirigente. En el seno de los partidos, las fuerzas más progresistas y tendientes al igualitarismo pueden ganar ciertas batallas que le dan un cariz distinto al ejerció político, pero cuando los interés grupales son más fuertes, ni esas fuerzas logran contener el descalabro ideológico y de compromiso de cada uno de los partidos de acuerdo sus principios rectores.

Pongamos aquí un ejemplo ilustrativo de la vaguedad de la argumentación que hace pasar a las alianzas como un asunto serio y de compromiso político. Cuando en las elecciones presidenciales de Francia en 2002 el Frente Nacionalista (FN) dirigido por el ultra conservador Le Pen quedó en segundo lugar de la primera vuelta electoral, se encendieron los focos rojos no sólo en Francia, sino en toda Europa. El FN es un partido de ultra derecha que resalta la xenofobia y el nacionalismo radical. Que un partido de ultra derecha estuviera en posibilidades de acceder al gobierno movilizó a todas las fuerzas políticas de Francia y el candidato opositor a Le Pen, Jacques Chirac, logró articular el consenso de todos los partidos. La izquierda moderada (socialdemócratas) y la radical olvidaron sus diferencias ideológicas con el partido de Chirac –de centro derecha- y conjuntaron un bloque que logró derrotar al FN y Le Pen con un amplio margen de votación. En este caso en particular, los partidos políticos franceses, que cuentan con una sólida ideología y principios rectores bien delimitados, tenían razón de apoyar al partido de derecha de Chirac, aun cuando resultara contradictorio, debido a que el ascenso al poder de la ultraderecha ponía en riesgo la democracia francesa y la libre participación de todas las fuerzas políticas fueran de la tendencia que fueran. Y aquí sí hablamos de contradicción porque los partidos de izquierda franceses tiene programas claros y un sentido pleno de cuáles son sus objetivos una vez en el poder. Con la alianza lograron que Chirac reconociera algunas de sus demandas y formarán parte de su agenda política.

En el caso de las alianzas mexicanas entre la izquierda y la derecha no ocurre lo mismo. El país no corre el peligro de que una fuerza de ultra derecha llegue al poder, al contrario, esa fuerza ya gobierna desde hace dos sexenios. El argumento de que se hace indispensable el acabar con el autoritarismo, el cacicazgo y la corrupción de Fidel Herrera, Ulises Ruiz o de quien se trate en sus respectivos estados resulta cuestionable. Apenas el miércoles se daban a conocer los pactos secretos acordados entre el PAN y el PRI para aprobar el paquete fiscal. Felipe Calderón, quien prometió en campaña meter en cintura a Ulises Ruiz y al “gober precioso” Mario Marín ha dejado, sin embargo, que estos sigan gobernando en la total impunidad y con los consabidos abusos de poder. Podrían enumerarse las distintas ocasiones en que el PAN y el PRI han ido juntos en negociaciones de iniciativas de ley o reformas que van en contra de pueblo. Decir, entonces, que las alianzas son necesarias para detener un PRI autoritario y caciqueril, es simplemente una forma de querer ocultar el verdadero juego de poder que hay detrás.

La verdadera lucha de poder es entre el PRI y el PAN. Éste último ha venido perdiendo fuerza y ante el escenario catastrófico de la economía, ve mermadas sus fuerzas para competir en el 2012. La pérdida de la presidencia es una sombra real para el panismo. El PRI, gracias a los pactos acordados con el panismo, logró incrementar su fuerza e injerencia política. Los cuantiosos recursos con los que se repartió en los estados gobernados por priístas les han permitido movilizar toda una maquinaria política con miras a las elecciones estatales, y como corolario, las presidenciales. De ahí que entre dos grupos enfrentados de una misma clase política, comiencen las tácticas de pactos y alianzas con otras fracciones. El PRD chucho sólo busca poder establecer acuerdos que les permitan seguir al timón del partido, o en caso contrario de que les sean adversas las situaciones, poderse mover con ciertos privilegios asegurados. Los partidos pequeños se apegan a estas alianzas para seguir contando con presencia electoral y las subvenciones económicas que les corresponden. Todo se reduce, en esencia, a sobrevivencia y repartición de privilegios. Que el PRI pueda ser sacado de los estados en que gobiernan de manera autoritaria, no garantiza la plena democratización de esos territorios. El llamado de Jesús Clouthier Carrillo y sus críticas al presidente espurio y al gobernador de su estado, ambos emanados del PAN, nos dejan ver que mientras sea la misma camarilla en el poder la que gobierne, de nada vale azules, rojos, amarillos o verdes. Sin una radical democratización del país y el sometimiento de los interés particulares o de grupo en beneficio de los interés colectivos ningún partido, sea de la tendencia que sea, logrará cambios significativos en la política nacional. Otra forma de hacer política, otros políticos, y quizá otros partidos hacen falta. Estas alianzas no son ni contradictorias ni “aberrantes”, a lo sumo son encontronazos entre socios que buscan a toda costa poder sobrevivir en el marasmo político que caracteriza al país en estos momentos.
.

1

Revolución Ciudadana


México ha entrado a una pendiente de violencia, crisis económica, política y ética. El país se derrumba ante nuestros ojos y los políticos en el poder solamente están interesados en elecciones y debates estériles en reformas que no solucionan nada. Vivimos un tiempo en que los fundamentos que dieron origen a esta nación han sido socavados por oscuros intereses que miran más al provecho personal, de grupo o facciones que al bien colectivo. Nuestra incipiente democracia ha terminado por sucumbir ante la sangre de miles de mártires, ciudadanos sin más, que son los verdaderas víctimas de la peor administración pública de los últimos años.

Se nos prometió trabajo, seguridad, paz, un país en que cada mexicano sin importar su condición social, género o ideología pudiera desarrollarse plenamente. ¿Qué hemos recibido a cambio? Millones de mexicanos en situación de pobreza, miles de ciudadanos masacrados en una guerra estéril que ha terminado por instalarse en lo cotidiano. Desempleo generalizado. Jóvenes a los que se les quita el derecho al a educación y a un futuro digno. Derechos humanos violentados con la complacencia de las autoridades. Instituciones públicas coligadas con lo más nefasto del oscurantismo ideológico y político.

Lo más lamentable de esta situación es que en el ánimo de la gente se percibe esta sensación de desarraigo. De saber que vivimos en un país que ya no nos pertenece. Un país manejado desde las grandes cúpulas que deciden los destinos de millones de ciudadanos. De un gobierno que hace oídos sordos a las demandas ciudadanas y vive inmerso en una farsa fabricada que intenta a toda costa hacer pasar como la verdad. Mientras los políticos reciben sueldos vergonzosos, gozan de privilegios e impunidad, el México real vive dolorosamente. Duele ver que millones de mexicanos apenas y si tienen algo que llevarse a la boca mientras nuestros políticos dilapidan cínicamente el erario público. El desencanto va ganando terreno y hoy los mexicanos ya no sueñan con un país con el cual identificarse.

Cuando este país surgió como nación independiente sus ideales eran la justicia, la igualdad y el derecho a vivir sin limitaciones o coerciones de ningún tipo. Nuestra guerra de reforma y nuestra revolución sentaron las bases para el laicismo, la república democrática y el poder del pueblo sobre la soberanía nacional. Hoy la democracia es una farsa y el poder del pueblo consagrado en nuestra constitución es letra muerta.

¿Cómo creer en una democracia en donde los puestos públicos son decididos por estructuras partidistas? ¿Cómo creer en una política en donde el dispendio de recursos públicos es la carta fuerte para comprar conciencias y votos? ¿Cómo creer a un gobierno que se lanza a una guerra sin importarle que la mayoría de las bajas provengan de la población civil? ¿Cómo creer en un ejército que supuestamente está para protegernos y es el principal violador de garantías y derechos humanos? ¿Cómo creer que existe estado de derecho si la impunidad protege a los que se amparan a la sombra del poder? ¿Cómo creer en unas leyes que son discrecionales y no sirven para hacer justicia? ¿Cómo creer en políticos enfrascados en puestos públicos sin importarles los genuinos intereses de la nación? ¿Cómo creer en una patria que es manipulada en contra del ciudadano?

La democracia en nuestro país no existe. Esta república no existe, porque solamente funciona para unos pocos. Si democracia es el poder del pueblo que protege y cuida sus propios interés a través de sus representantes, ésta es inexistente porque los intereses del pueblo son los últimos en tomarse en cuenta en las grandes decisiones políticas. Si una república es el espacio en el cual se da la convivencia social con paz y seguridad y respeto, esta no existe porque cada día el mexicano vive con la zozobra de su propia seguridad, atemorizado con la violencia generalizada y hastíado de la corrupción que carcome nuestro sistema de justicia. Si patria es el espacio imaginario mediante el cual un individuo se identifica con otros a través de sus costumbres y símbolos, esta tampoco existe porque el sentido de pérdida y de no pertenencia ha terminado por ser más fuerte que cualquier símbolo.

Este gobierno ha matado nuestros sueños, mata a nuestros ciudadanos, a nuestros jóvenes, a nuestras mujeres, a nuestros trabajadores. Lo mejor de nuestra nación es aplastado por un estado de cosas en el que el gobierno en el poder se muestra como incompetente y principal factor de este declive desastroso.

¿Si ya no es posible creer en nada, si hemos perdido nuestro país, nuestra nación, nuestra democracia y nuestra patria, que nos queda por hacer? ¿De dónde retomar algo de esperanza? La historia nos enseña que es el pueblo organizado en lucha quien hace los grandes cambios y sólo él puede lograr fundar bajo nuevos fundamentos la república y la democracia. Si ellos nos han arrebatado todo, todavía contamos con nosotros mismos. Si ellos hacen oídos sordos a nuestra demandas entonces gritemos hasta que nos escuchen. Solamente los ciudadanos podemos revertir este proceso de podredumbre que ha contaminado a todas las instituciones.

Nosotros los ciudadanos debemos y podemos hacernos escuchar. Si de aquél lado se han cerrado las puertas, de este lado debemos abrir nuevas. Si de ese lado reina el cinismo, la corrupción, la impunidad y el fracaso, de este lado demostremos que está la razón, la verdad y el ánimo por hacer las cosas bien. Si de ese lado su interés es el poder, el dinero y el privilegio, de este lado demostremos que nuestro interés es la república, la democracia y la patria. Si ellos no han podido conducir este país, que nos lo dejen a nosotros.

Esto no es por unos ni para unos cuantos. Es por todos. Ciudadanos somos todos y todos vivimos bajo el yugo de esta crisis que nos afecta por igual. Más allá de ideologías y de partidos políticos lo central es recuperar nuestra democracia. Erigirla con nuevos fundamentos renovados porque sólo así en una democracia real, efectiva y transparente todas las ideologías y todas las tendencias políticas pueden hacer valer su voz. En la actualidad izquierda, derecha, arriba y abajo no dicen nada. Solamente la voz del ciudadano comprometido puede decirles algo no a ellos, sino a nosotros mismos y las próximas generaciones. Si el poder ciudadano no actúa ahora estamos condenando nuestro futuro y el de quienes nos van a suceder. Condenamos a nuestros jóvenes y nuestros hijos a vivir en un país que no es suyo. Un país dominando por la corrupción y la violencia, la anarquía y la guerra.

Es momento de que tomemos las riendas de este país que nos han negado por muchos años. De volverle a dar un sentido a la palabra nación. Lo que no hagamos ahora se lo estamos dejando a ellos y a la postre sucederá el suicidio colectivo: un país sin ciudadanos, una nación sin nadie que se identifique con ella, una democracia convertida en negocio privado.

Es por ello que ante la crisis que vivimos declaramos la revolución ciudadana. No una revolución de armas ni disparos. Una revolución de conciencias activas. De la resistencia civil ante el poder que se niega a escucharnos. Esta revolución es de ciudadanos para ciudadanos. Una revolución civil que toma como sus banderas la razón, la justicia y la verdad y busca restaurar los principios de la democracia y la república, el estado de derecho y el respeto a los derechos humanos. Como ciudadanos todos tienen cabida en esta revolución porque es derecho y deber de todos los ciudadanos el incorporarse activamente en la transformación del país.

Lo llamamos una revolución porque queremos revertir el orden existente. No es posible reformar lo que ya no sirve, lo caduco, lo que se alimenta de la exclusión y la muerte. Es una revolución para reconstituir al país desde abajo, tomando en cuenta a sus hombres y sus mujeres, sus jóvenes, niños y sus ancianos. Trabajadores, estudiantes, políticos, empresarios, intelectuales, todos aquellos ciudadanos que ambicionen que este país mejore. Aquellos que están cansados de estrellarse contra la pared del autoritarismo y la cerrazón y piensan que merecen un país mejor que heredar a sus hijos. Debemos pasar de las lamentaciones y las quejas a las acciones. Descubrir esa gran verdad: que una democracia y una nación solamente son posibles cuando sus ciudadanos velan, cuidan y luchan por ellas.

Esta revolución no es pasiva, es activa. Cansados de discursos y promesas nos proponemos rescatar el poder y devolverlo a quien pertenece: a nosotros. Gritamos un enérgico ¡ya basta! y nos movilizamos para que nuestra rabia estalle en un amplio movimiento que enarbole todas las cusas y los credos, las ideologías y formas de vida. Nunca como ahora se hace necesario escuchar nuestra sabiduría popular que nos dice que es posible construir un mundo donde quepan todos los mundos.

Esta revolución quiere el poder para devolvérselo al pueblo, a la república y sus ciudadanos y por ello convocamos a quien aspira a un país mejor a sumarse a esta revolución ciudadana. A esos inconformes, rabiosos, desesperados, les decimos que aquí encontrarán otros ciudadanos listos para luchar. Listos para tomar en nuestras manos al país. La política debe subordinarse al sentir del pueblo, no el pueblo al sentir de la política. Esta revolución empieza ahora y se alimenta de tus propuestas.