19 feb 2010

Alianzas: ni contradicciones ni aberraciones


En el ambiguo juego de las acciones políticas sin sustancia, forma o sentido, resulta de especial interés el tema de las alianzas electorales que en estos días ha desatado tanto invectivas como aprobaciones. Los defensores de éstas acuden al relamido argumento de que constituyen opciones de oposición política ante instancias de poder autoritarias y contrarias a la democracia. Los detractores y críticos, si bien tiene el buen tino de señalar la contradicción o “aberración” de dichos pactos, parten del principio equívoco de considerar que esas fuerzas políticas aún tienen una base ideológica sólida y buen fundada. Una contradicción sólo es posible entre dos principios antagónicos, y éstos se presentan así porque constituyen modelos o estructuras cerradas que impide que su contrario la penetre. Cuando esos modelos no tienen totalmente definido su contenido o se ha perdido su sentido que le dé esa fuerza, es imposible hablar de una contradicción. Y apelar al más huero pragmatismo para justificar lo que es solamente un arreglo político entre facciones del mismo poder, sólo es una vana estrategia para querer ocultar lo que se muestra de sobra. Una aberración, en cambio, es un fenómeno que aparece en donde existe un órden o normalidad fijadas. Lo aberrante se salí así de la norma o lo que es.

Las alianzas entre el PAN y el PRD, y en menor medida entre éstos y el PT y convergencia, no son por ellos ni contradictorias ni “aberrantes”, son el simple resultado de los estrechos vínculos de corrupción y prebendas que comparte la política nacional como un todo. Un grupo homogéneo puede contar con fracciones contradictorias en su interior, las cuales mantienen una unidad en tanto la totalidad logre satisfacer los intereses de todas. Cuando esto no se cumple los intereses particulares saltan por encima de la frágil homogeneidad y pone en crisis a la misma. Cuando las distintas fracciones o “tribus” del PRD entraron en pugna por el control del poder del partido, y de esa manera asegurar espacio de acción que les posibiliten beneficios, solamente mostraron que la precaria unidad de los principios ideológicos resultaban insuficientes para mantener la unidad. Entonces cada grupo entra en franco oposición con otra que pueda restarles fuerza y en el fragor de los encuentros, se alían con otras en base a acuerdos de cuotas de poder.

El mismo ejemplo del PRD podemos aplicarlo a la política nacional como un todo. Se necesita ser muy ingenuo para pensar que contamos con partidos políticos, y no más bien con sucursales, variopintas y coloridas, del mismo ejercicio del poder que sólo busca perpetuarse beneficiando a cúpulas, empresarios y políticos que conforman esta casta auto-dirigente. En el seno de los partidos, las fuerzas más progresistas y tendientes al igualitarismo pueden ganar ciertas batallas que le dan un cariz distinto al ejerció político, pero cuando los interés grupales son más fuertes, ni esas fuerzas logran contener el descalabro ideológico y de compromiso de cada uno de los partidos de acuerdo sus principios rectores.

Pongamos aquí un ejemplo ilustrativo de la vaguedad de la argumentación que hace pasar a las alianzas como un asunto serio y de compromiso político. Cuando en las elecciones presidenciales de Francia en 2002 el Frente Nacionalista (FN) dirigido por el ultra conservador Le Pen quedó en segundo lugar de la primera vuelta electoral, se encendieron los focos rojos no sólo en Francia, sino en toda Europa. El FN es un partido de ultra derecha que resalta la xenofobia y el nacionalismo radical. Que un partido de ultra derecha estuviera en posibilidades de acceder al gobierno movilizó a todas las fuerzas políticas de Francia y el candidato opositor a Le Pen, Jacques Chirac, logró articular el consenso de todos los partidos. La izquierda moderada (socialdemócratas) y la radical olvidaron sus diferencias ideológicas con el partido de Chirac –de centro derecha- y conjuntaron un bloque que logró derrotar al FN y Le Pen con un amplio margen de votación. En este caso en particular, los partidos políticos franceses, que cuentan con una sólida ideología y principios rectores bien delimitados, tenían razón de apoyar al partido de derecha de Chirac, aun cuando resultara contradictorio, debido a que el ascenso al poder de la ultraderecha ponía en riesgo la democracia francesa y la libre participación de todas las fuerzas políticas fueran de la tendencia que fueran. Y aquí sí hablamos de contradicción porque los partidos de izquierda franceses tiene programas claros y un sentido pleno de cuáles son sus objetivos una vez en el poder. Con la alianza lograron que Chirac reconociera algunas de sus demandas y formarán parte de su agenda política.

En el caso de las alianzas mexicanas entre la izquierda y la derecha no ocurre lo mismo. El país no corre el peligro de que una fuerza de ultra derecha llegue al poder, al contrario, esa fuerza ya gobierna desde hace dos sexenios. El argumento de que se hace indispensable el acabar con el autoritarismo, el cacicazgo y la corrupción de Fidel Herrera, Ulises Ruiz o de quien se trate en sus respectivos estados resulta cuestionable. Apenas el miércoles se daban a conocer los pactos secretos acordados entre el PAN y el PRI para aprobar el paquete fiscal. Felipe Calderón, quien prometió en campaña meter en cintura a Ulises Ruiz y al “gober precioso” Mario Marín ha dejado, sin embargo, que estos sigan gobernando en la total impunidad y con los consabidos abusos de poder. Podrían enumerarse las distintas ocasiones en que el PAN y el PRI han ido juntos en negociaciones de iniciativas de ley o reformas que van en contra de pueblo. Decir, entonces, que las alianzas son necesarias para detener un PRI autoritario y caciqueril, es simplemente una forma de querer ocultar el verdadero juego de poder que hay detrás.

La verdadera lucha de poder es entre el PRI y el PAN. Éste último ha venido perdiendo fuerza y ante el escenario catastrófico de la economía, ve mermadas sus fuerzas para competir en el 2012. La pérdida de la presidencia es una sombra real para el panismo. El PRI, gracias a los pactos acordados con el panismo, logró incrementar su fuerza e injerencia política. Los cuantiosos recursos con los que se repartió en los estados gobernados por priístas les han permitido movilizar toda una maquinaria política con miras a las elecciones estatales, y como corolario, las presidenciales. De ahí que entre dos grupos enfrentados de una misma clase política, comiencen las tácticas de pactos y alianzas con otras fracciones. El PRD chucho sólo busca poder establecer acuerdos que les permitan seguir al timón del partido, o en caso contrario de que les sean adversas las situaciones, poderse mover con ciertos privilegios asegurados. Los partidos pequeños se apegan a estas alianzas para seguir contando con presencia electoral y las subvenciones económicas que les corresponden. Todo se reduce, en esencia, a sobrevivencia y repartición de privilegios. Que el PRI pueda ser sacado de los estados en que gobiernan de manera autoritaria, no garantiza la plena democratización de esos territorios. El llamado de Jesús Clouthier Carrillo y sus críticas al presidente espurio y al gobernador de su estado, ambos emanados del PAN, nos dejan ver que mientras sea la misma camarilla en el poder la que gobierne, de nada vale azules, rojos, amarillos o verdes. Sin una radical democratización del país y el sometimiento de los interés particulares o de grupo en beneficio de los interés colectivos ningún partido, sea de la tendencia que sea, logrará cambios significativos en la política nacional. Otra forma de hacer política, otros políticos, y quizá otros partidos hacen falta. Estas alianzas no son ni contradictorias ni “aberrantes”, a lo sumo son encontronazos entre socios que buscan a toda costa poder sobrevivir en el marasmo político que caracteriza al país en estos momentos.
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